Quedan 5 días para la fecha probable de su nacimiento. Siempre creí que a estas alturas mi pena estaría
envuelta de esperanza, porque otra lentejita vendría de camino. Los lloraría,
pero desde la perspectiva del pasado. Eso al menos, es lo que me decía la gente.
El día de mi legrado quizás fue la frase que más escuché. Dentro de pocos meses volverás a quedarte, y seguro que la siguiente
vez todo irá bien. Pero no ha sido así. Los siguientes también se han ido.
De mis gemelos son de los únicos que guardo fotos
y fechas en el calendario. Les agradezco enormemente que se quedaran un poquito
más conmigo y que me hicieran sentir más madre. Me hicieron el mejor de los
regalos, poder velos y escuchar su corazón. Nadie nunca me ha regalado nada tan
bello y nunca los olvidaré por toda la felicidad que me dieron durante 9
semanas, que para mí fue media vida.
Aunque aún me duele recordar, esta será su
entrada.
Sólo hacía dos meses de mi último aborto. En esa
ocasión lo habíamos publicado a bombo y platillo, ya habíamos tenido una
pérdida antes, así que esa vez tenía que ir bien, porque... ¿quién sufre dos
abortos consecutivos? yo no conocía a nadie, uno puede ser mala suerte, el
segundo era improbable. Esta vez queríamos hacerlo diferente y no contarlo a
nadie hasta estar seguros. Cuando me hice el test y salió positivo (antes de la
fecha de la de rojo) ese escalofrío de miedo, que ya es tan conocido, me
recorrió las tripas, así que en los días sucesivos me hice un test diario. Cada
mañana rezaba porque esa raya rosa seguirá oscureciéndose y sí, así era, era increíble,
¡todo iba bien! A la semana de la falta dejé de hacerme test, mis síntomas era
bestiales y yo estaba feliz, quizás más que nunca en mi vida. Esta vez saldría
bien. Una mañana me levanté con bastantes molestias y decidimos acercarnos a
urgencias, el día fue agridulce. Allí nos confirmaron la presencia de saco
gestacional (¡¡Bien!! había saco),
pero me dijeron que era demasiado grande para la semana que estaba, y no se veía
embrión. Nos dijeron que ese tipo de embarazos no solía ser evolutivo y para
casa. ¡¡Noo!! ¡¡Lloré, recé!! ¡NO! esta
vez iba, tenía que ir bien!! Esperamos una semana más y fuimos a un
ginecólogo privado. Durante esa semana había hecho reposo y me había cuidado
mucho, siempre pendiente de la hora de mi progesterona, mi adiro y todo el sin
fin de pastillas que tenía en la encimera de la cocina, y me pasaba el día
luchando por tener pensamientos positivos, hablaba a mi barriguita diciéndole
que creciera, que papa y mama esperábamos con mucho amor, aunque en el fondo de
mi alma tenía tanto miedo que apenas me dejaba respirar.
La hora en la sala de
espera del ginecólogo fue la más larga de mi vida. Papa pirata intentaba
hablarme de cosas pero yo le sonreía sin escucharle nada. Me retumbaba en los oídos
el miedo a salir de esa sala llorando. Y llegó nuestro turno. Cuando subí al
potro enseguida escuché: SI, AQUI ESTÁ.
En ese momento, me rompí a llorar, eran lágrimas grandes, muy grandes, que me
empaparon la cara y la ropa. Y unos segundos después, el ginecólogo empezó
a reírse. No entendía esa risa, ¿porqué se reía? Papá pirata y yo nos miramos,
el silencio se hizo, hasta que el ginecólogo dijo: No sólo está bien, si no que ESTÁN BIEN. El mundo se paró, fueron
los segundos más largos de mi vida, los más intensos y sin lugar a dudas los
más hermosos. Sólo podía ver la cara de mi amor, llorando, mirando la pantalla,
escuchando como el ginecólogo le explicaba dónde estaba el segundo. Y lloré, y
lloré, y le di gracias al cielo, por haber sido tan bueno, y nada más importó,
todo lo pasado, en el pasado quedaba. ¡Íbamos a ser papás de DOS niñ@s! Después
escuchamos sus corazones, hermosa melodía armónica, dos corazones latiendo cada
uno a su ritmo, y del fondo el mío, latiendo fuerte, feliz, el corazón de una
madre que acababa de descubrir que sus hij@s latían victoriosos dentro de ella.
Después se hizo el silencio, empezó a buscar una
membrana que los separara. Yo nunca había oído oír de tipos de gemelos. Sabía
que existía los mellizos (provenientes de dos óvulos diferentes) y los gemelos
(provenientes del mismo ovulo), pero resulta que dentro de los gemelos hay
varios tipos. Y en el 99% de ellos existe una membrana de separación entre uno
y otro. Comparten placenta, pero están en diferente bolsa amniótica. El ginecólogo
no se la encontró. Nos dijo que no nos preocupáramos, que ni él, ni ninguno de
sus colegas de mi ciudad, había visto nunca ese tipo de gemelos, era un
embarazo de 50.000, era una posibilidad remota, y seguro que a la semana
siguiente les encontraríamos la membrana, porque quizás era demasiado pronto. Preguntamos,
todavía llenos de endorfinas, que qué pasaría si no encontraban la membrana, y
la cara del ginecólogo se oscureció. Nos explicó que sería un embarazo muy
complicado y que la gran mayoría de las veces no salía bien, ya que ese tipo de
gemelos (monocoriales y monoamnióticos), lo compartían todo, incluso el
alimento, y que normalmente uno se quedaba para atrás, porque un hermano era más
fuerte. Y lo malo es que como compartían la misma bolsa si le pasaba algo malo
a uno, normalmente el otro también moría.
Salimos de la sala, aun llorando de la
felicidad...eso último que nos había contado no nos afectaba. Teníamos dos hij@s,
estaban vivos, y todo iría bien. Lo días siguientes transcurrieron en una nube
de algodón, flotaba por la casa, por el trabajo, yo y mis nauseas. Ahora entendía
porque tenía tantos síntomas, y porque la bolsa era tan grande. Eran dos, el
doble de todo. También el doble de felicidad. Empezamos a hacer planes, nuestra
casa era muy pequeña, y el coche. Dios y que importaba, ¡seriamos una familia
de 4 de repente! Era lo mejor que me podía pasar. A los pocos días empezaron
los dolores. Era un dolor muy fuerte en el útero, que al rato se iba, empezaron
por las noches. El ginecólogo me dijo que eran normales, que mi útero creía el
doble de rápido y que eso dolía. Estaba hinchadísima, en un mes y medio había
cogido 4 kilos y yo no comía más. Todo me daba igual, la verdad. Pero los
dolores continuaban, cada vez más seguidos. Me sorprendían en el trabajo y me
dejaban doblada durante minutos. Una noche fueron tan intensos que empecé a
llorar, algo iba mal, lo sabía, lo sentía. Papá pirata y yo fuimos a urgencias.
Después de la larga espera, llegó nuestro turno y en seguida nos empezamos a
sentir mal por el trato. Le expliqué a la ginecóloga que tenía dolores y que
llevaba gemelos y que tenía mucho miedo. No recuerdo las palabras exactas, pero
la note a desganas, nos trató como paranoicos y me sentó en el potro rechistando.
Allí arriba empecé a rezar de nuevo, sentí el aparato frío, y recé más alto. Dios mío por favor... No escuchaba nada,
ellas no decían nada, murmuraban, la ginecóloga y una chica que estaría
haciendo la residencia. Nada...silencio. De repente me dijo, levántate
y vístete, se les ha parado el corazón... ¡¡¡¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOO!!!!
¡¡nooo!! ¡por dios! no me digas eso, ¿¿a los dos?? La ginecóloga no me miró
en ningún momento y no dijo nada más. Y como pude me arrastré a la sala donde había
dejado mis bragas. Allí la enfermera entro y me agarró la mano, y me dijo
bajito, llora si quieres hija, lo
dijo bajo, como con miedo que la escucharan consolándome. Mientras tanto le
daban la noticia a papá pirata. Cuando lo vi, lloré y lloré... Escuche a la ginecóloga
diciendo cosas... legrado... mañana... dejar pastillas... pero mi mundo se había
parado, no tenía sentidos, sin darme cuenta seguía rezando, alto, muy alto.
Necesitaba un milagro, la aparición de algún Santo en aquella habitación fría,
no podía estar pasándome esto, otra vez. Escuché a papa pirata diciendo que al día
siguiente no me podían hacer un legrado, se casaba mi hermano, ¡¡¡Dios!!! La
boda de mi hermano, me hizo volver durante un instante al mundo real. Así que
retrasaron el legrado al lunes, y nos fuimos, me fui con mis niños, a los que
ya no les latía ese hermoso corazón. Llamé a mi madre, y lloramos... Sentí su pena tan grande como la mía, no había diferencia. De repente ella también recordó la boda de mi hermano…y yo intentaba
calmarla, diciéndola que no se preocupara, que no se iba a enterar de nada, que
lloraría esa noche y que al día siguiente todo estaría bien. Me acosté en la
cama y los despedí entre lágrimas, me dolía la cabeza, la garganta, los ojos,
las lágrimas salían como ácido y arrasaban con todo, pero no paraban. Y me
quedé dormida, mojada, hundida, y un poco muerta.
Y el día siguiente llegó. Me arrastré al baño,
estaba horrible, tenía los ojos hinchados. Me duche y volvieron a brotar las lágrimas,
esta vez contenidas. Dejé de pensar en mí, hoy sólo importaba mi hermano, era
su día. Me fui a la peluquería y me encontré con mi madre. No nos dijimos nada,
si nos hubiéramos abrazado nos habríamos puesto a llorar, y faltaban dos horas
para la boda. Me enfundé el vestido que me quedaba como una morcilla, tenía 5
kilos más que cuando lo compré. Y el día pasó. Me grapé la sonrisa a la boca,
cada tanto entraba en el baño, lloraba, me limpiaba los ojos, me pintaba de
nuevo y volvía a salir. Era la hermana del novio, la única hermana, porque mi
cuñada es hija única y pasé desapercibida (gracias a dios), no salgo en ninguna
foto, no me recuerdo en ningún momento. Era
un espectro vestido de gala, con los labios rojos. Con suerte la gente
pensó que estaba emocionada por mi hermanito, o quizás realmente nadie reparó
en mí. Quien iba a darse cuenta de mis lágrimas transparentes.
Y llego el día del legrado. Hicimos la maleta y
nos fuimos los dos. Le di instrucciones a mi madre de que quería estar sola,
solo con mi marido. Pero cuando llegue al materno allí estaba mis suegros y mis
padres. Nunca me habían ingresado por nada, pero no tenía miedo. Me acaba de
pasar lo peor de mi vida, lo demás no importaba. Lo peor de ese día fue la
desinformación, yo no sabía a qué me enfrentaba y qué era un legrado. Me citó
la ginecóloga que me había dado la horrible noticia y me volvió a subir al
potro para mirarme. Empecé de nuevo a rezar, pero por primera vez me di cuenta
que nadie me escuchaba, que había perdido la fe. Le dije suplicante que si
latían, que si se había confundido. Negó con la cabeza. Daba igual, mi mundo
estaba a oscuras y ya no esperaba luz. Me metió tres pastillas en el útero, me
dijo que eran para dilatar y que me fuera a la habitación a esperar. Esto
serían las 10 de la mañana. Sobre las tres empezaron las contracciones. Yo no
sabía lo que venía a continuación, nadie me había explicado nada. Me dolía
mucho, me pusieron calmantes, pero no me hacían nada. Con forme transcurría el
tiempo eran más fuertes, más seguidas. No podía estarme quieta, el cuerpo me
pedía incorporarme, lloraba del dolor. Papa pirata estaba conmigo, estaba
asustado, yo también. ¡Qué me pasaba! ¿Era normal tanto dolor? pedí, supliqué
más calmantes, pero me dijeron que no podían darme nada más. Yo miraba el
gotero y veía como aquel líquido transparente entraba en mi cuerpo, pero no me
calmaba y me desesperaba. Y llegó a ser insoportable. Me incorporé, me puse de
pie y me agarre a la cama y el cuerpo me pidió empujar, y empujé. El suelo de
la habitación se tiñó de rosa, era sangre diluida en líquido, y empezó todo.
Los perdí, los perdí en el baño, los oí caer. No lloré, no podía, no tenía lágrimas.
Más tarde, he leído en el libro, Las voces
olvidadas, que tuve un parto, y que después del dolor del parto el cuerpo secreta
oxitocina, que hace que la madre se sienta muy bien, en el séptimo cielo.
Quizás por eso no lloré, me sentía tranquila, relajada, ya apenas dolía, estaba...
menos triste. Pero después de mi parto no tuve bebe al que abrazar.
Sobre las 7 de la tarde consideraron que ya
estaba lista, me llevaron a quirófano. Fue rápido, y menos traumático que todo
lo que había vivido. Enseguida sentí la sensación placentera de la anestesia y
caí en un profundo sueño. Recuerdo cuando desperté a una enfermera agarrándome
la mano y sonriéndome, me aferré al tacto de su piel como si fuera un familiar.
Era lo más parecido al cariño, que había sentido en horas. Eran las 9 de la
noche. Todo había ido bien. Papa pirata me esperaba y mis padres y mis suegros
y los padres de mi cuñada. Todo había acabado, ya estaba sin ellos, empezaba
otra lucha diferente... una más discreta y en soledad. Esa noche dormí bien.
Papa pirata se acostó conmigo en la cama del hospital, poco nos importó que
pudiera entrar alguien, o que seguía teniendo puesta la vía, o que continuaba sangrando una barbaridad. Se
acostó conmigo y me abrazó, y caí rendida en un sueño del que no quería
despertar.
Durante una semana más continuaron las náuseas,
los pechos hinchados y todo lo demás. Me
seguía levantando cada mañana empapada en sudor, con mis manos de madre huérfana
en la barriga. Los echaba de menos tremendamente, me sentía tan sola.
Durante esa semana pedí la baja y me dediqué a vagar por la casa. Esa semana
está difusa, no veo colores, no tengo recuerdos. Sé que vino gente a verme,
pero se encontraron con otra Lola. Dicen que todos tenemos una parte, dentro de
nosotros, que no se puede describir y eso es lo que realmente somos. La parte
que empezó a ser (la que no se puede nombrar), ocupó la mitad de lo que era, y
lo cambió todo por dentro. Aunque por fuera, yo siguiera haciendo las cosas de
siempre, con mis mismas rutinas, poniéndome la misma ropa, peinándome de la
misma manera, lo de dentro había cambiado irremediablemente.
Y así los perdí, a ellos, y toda la magia,
gratitud, ilusión y esperanza que se creó durante dos meses y poco.
He escuchado a mujeres que han sufrido abortos
decir, que sus hijos ahora son estrellas, que las guían desde el cielo. Me
gustaría creer que es así, y que por pequeños que fueran, que sepan que los
quise una vida entera, por poco tiempo que se quedaran, cambiaron a su mama
para siempre. Y que termine como termine
este viaje, siempre serán mi luz en los días de niebla, y mi oscuridad cuando
brille el sol.